La reciente imposición de aranceles del 25% por parte de Estados Unidos a productos mexicanos —incluso aquellos que cumplen con lo establecido en el T-MEC— ha encendido las alarmas. Más allá del impacto inmediato en exportaciones clave, estas medidas exponen una fragilidad más profunda: muchas empresas mexicanas no cuentan con portafolios de propiedad industrial que les permitan defenderse en un entorno comercial cada vez más incierto.
La propiedad industrial abarca mucho más que las patentes. También incluye marcas, modelos de utilidad, diseños industriales, secretos industriales y otros activos intangibles que definen lo que hace única a una empresa. Se trata de proteger aquello que le da valor y diferenciación a una idea, producto o servicio. Desde una fórmula, un nombre comercial o un empaque distintivo, hasta una innovación tecnológica compleja. Y proteger estos activos no es un trámite, es una decisión estratégica. En un contexto global marcado por tensiones, el verdadero activo de las naciones ya no está solo en sus productos, sino en sus ideas. Pero en México, buena parte de esas ideas siguen sin protección. En 2024, el Instituto Mexicano de la Propiedad Industrial (IMPI) otorgó 694 patentes a mexicanas y mexicanos, una cifra histórica pero muy baja frente a las más de 10,000 concedidas a extranjeros en el mismo periodo. Esto refleja una realidad preocupante: en nuestro propio país, la mayoría de las innovaciones registradas no son nuestras. Además, se concedieron más de 3,100 registros de diseños industriales, de los cuales apenas 654 fueron solicitados por mexicanos; y en modelos de utilidad, solo 219 registros fueron nacionales. Este desequilibrio muestra que, si bien hay talento y capacidad creadora, todavía falta una cultura de protección integral. Cuando una idea o un activo intangible no está protegido, queda expuesto. Se puede copiar, bloquear o explotar por terceros sin consecuencias legales. Además, una innovación sin respaldo legal difícilmente podrá acceder a financiamiento, escalar a nuevos mercados o posicionarse frente a competidores globales. En tiempos donde incluso los tratados comerciales pueden ser desafiados unilateralmente, como lo muestran los recientes aranceles, contar con un portafolio sólido de propiedad industrial se vuelve una herramienta de defensa económica y estratégica. Incrementar el número de registros propios en el país requiere fortalecer la cultura de protección desde las etapas más tempranas de la innovación. Es clave que emprendedores, universidades y empresas comprendan que la propiedad intelectual no es un tema legal aislado, sino una herramienta para transformar ideas en activos con valor comercial. Proteger no debe ser el último paso, sino parte integral del desarrollo.
También se necesita acompañamiento especializado, incentivos fiscales claros y políticas públicas sostenidas que faciliten el acceso a registros, especialmente para pymes y startups. La reciente implementación del Procedimiento Acelerado para Solicitudes de Patentes de Mexicanos es un avance importante, pero aún se requiere una visión más amplia y transversal. La propiedad industrial es el puente entre la creatividad y el crecimiento sostenible. Protege la innovación, atrae inversión, abre mercados y —sobre todo— da certeza jurídica en un entorno cada vez más volátil. No se trata solo de defender lo que es nuestro, sino de construir, con estrategia, el futuro económico del país. México tiene el talento, la creatividad y el empuje emprendedor. Lo que necesita ahora es una cultura sólida de protección que permita que nuestras ideas lleguen lejos… y sigan siendo nuestras. ____ Nota del editor: Lorena Rodríguez es CEO de ClarkeModet México. Las opiniones publicadas en esta columna corresponden exclusivamente a la autora. Consulta más información sobre este y otros temas en el canal Opinión
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